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El silencio, no como falta de ruido, sino como falta de la palabra, existe como un fenómeno comunicativo que es interesante desde el punto de vista pedagógico. Muchas investigaciones se dedican a develar el valor del silencio.

Desde la neuro pedagogía podríamos decir que la reflexión en silencio da lugar a una activación más intensa del hemicerebro izquierdo (córtex frontal) que del derecho (Trabajos de Lutz y Davidson, Universidad de Wisconsin), lo que promueve un impacto menos duradero de las connotaciones negativas y del miedo, así como de las tensiones que éstas desencadenan.

Por lo general, los docentes desarrollamos experiencias de aprendizaje que considera una infinidad de actividades en las que hay que comunicarse oralmente para lograr aprendizajes, o para demostrar su logro: la evaluación, el trabajo en equipo. Un aprendizaje sólo se comprende en términos de interacción comunicativa. A través de la comunicación oral convivimos, deliberamos y participamos (a través del diálogo, del consenso). Esto permite reconocer que la comunicación oral es el modo esencial de interacción sociocultural. En este sentido no sabríamos si en contextos educacionales pudiese haber una actitud favorable alrededor del silencio como estrategia de aprendizaje. La mayoría de los docentes reconocen su valor fundamentalmente como indicador de la disciplina en la escuela.

Palabra y silencio (entendido también como lenguaje no verbal) pueden comprenderse como conceptos no opuestos, sino recíprocamente necesarios. Hacer silencio no significa necesariamente invisibilizar o acallar. Es válido considerar al silencio en su valor comunicativo, lo que implica que el docente lo valore y reconozca como parte de la convivencia, pero también del aprendizaje. Implica considerarlo como una experiencia comunicacional que no necesariamente significa falta de comunicación. No sinónimo de mutismo, sino oportunidad de contemplación, de reflexión del otro, de introspección y de admiración. Estas son las claves desde dónde se pudiera iniciar una reflexión orientada hacia una pedagogía del silencio.

Es difícil estar en silencio, como bien nos revela Humberto Eco en su discurso pronunciado en el 2009 para la Asociación Italiana de Semiótica, así como es difícil poder quedarnos a solas… 

Esta necesidad intensa de ruido tiene una función de droga e impide focalizar lo que sería verdaderamente fundamental. Redi in interiorem hominem: si, al final un buen ideal para el universo de la política de mañana y de la televisión, sigue siendo San Agustín. (…) Resumiendo, para acabar, yo diría que uno de los problemas éticos que nos hemos de plantear es cómo volver al silencio. (Eco, Umberto: Construir al enemigo)

Siendo así, es necesario que dediquemos tiempo efectivo a aprender del silencio. No sólo para darle volumen a la voz interior, sino también para reflexionar sobre nuestras acciones, y pensamientos. Considerarlo implica también trabajar la escucha activa como parte del proceso de aprendizaje. Esto sucede porque el silencio guarda una intimidad que supone un acto comunicativo auténtico, al que hay que darle espacio en nuestras aulas. Sin miedo, y sin prejuicios.

Existen iniciativas pedagógicas muy interesantes que utilizan el silencio  como un recurso de aprendizaje, como es el caso de la iniciativa de Joselu, o en la propuesta del profesor de Filosofía del derecho, moral y política Agustín Domingo Moratalla, para promover la convivencia, y la prevención de la violencia. Gardner también invita a utilizarlo para desarrollar la inteligencia interpersonal y la intrapersonal. A reconocer el silencio como acto de descubrirnos y potenciar el conocimiento de uno mismo. Silencio para reconocernos, entre los demás, escuchando, observando, y distinguiendo al otro en mí; reflexionando sobre las actitudes y comportamientos de los demás. Esto reconoce al silencio como un constructo de la alteridad.

El silencio es una herramienta educativa porque nos entrena para aprender a escuchar, nos alfabetiza para buscar palabras exactas con las que dialogar, nos permite descubrir que dialogar es algo más que intercambiar frases, ideas o expresiones.

Entre los principales beneficios del uso del silencio encontramos que mejora el conocimiento de nuestra propia existencia (autoconocimiento, y por ende desarrolla la inteligencia emocional), favorece la atención y desarrolla la relajación psíquica y permite desarrollar la intuición racionalista. 

Escrito por Raúl Febles

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