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La psicomotricidad vivenciada nace en los años 70 de la mano de Lapierre y Aucouturier, estos autores consideran al niño  desde el nacimiento hasta los 7 u 8 años como una GLOBALIDAD, el niño no se puede parcelar en áreas, sino que lo motriz, lo cognitivo y lo afectivo está unido.

En una sesión de psicomotricidad se propone al niño un espacio (la sala de psicomotricidad), un tiempo y unos objetos (principalmente módulos de goma espuma de grandes dimensiones) para que se exprese psicomotrizmente, de forma espontánea según sus deseos, necesidades, intereses, ritmos… El adulto no impone nada ni dirige, el niño es libre de elegir sus actos porque esos actos con los que verdaderamente tienen un significado para él. Se acepta pues la individualidad.

En esta sala, el niño que es un ser único y global, descubre primero su cuerpo (con sus posibilidades y limitaciones…) más adelante descubre los objetos, el espacio y el tiempo y después descubre a los otros (se desarrolla la parte social y afectiva).

Este tipo de psicomotricidad permite pues avanzar desde lo sensoriomotor hacia el simbólico y más adelante hacia la distanciación, lo cognitivo, la representación. De hecho, esta suele ser la evolución del niño dentro de la sala, incluso dentro de una misma sesión: comienza la sesión con mucho movimiento: subir, bajar… poco a poco su juego que era por puro placer sensoriomotor se va volviendo simbólico: creando historias, personajes y después pueden pasar a lo cognitivo, a la representación: por medio de construcciones, pintura, modelado… pasando así de la vivencia emocional a la representación cognitiva.

¿Y qué hace el psicomotricista?

Por un lado observa, esta observación le permite conocer dónde está cada niño en su desarrollo, ya que cada niño es diferente, tiene necesidades y ritmos diferentes, pero la secuencia es la misma. Así puede ofrecerle una respuesta individualizada.

Aporta seguridad al niño, tanto como base de referencia como creando un ambiente seguro en el que el niño pueda explorar por la sala sin peligros, así el niño puede subir, bajar, saltar, gritar, desequilibrarse… para que libere y agote su placer sensoriomotor (y poder por lo tanto evolucionar).

Está por lo tanto a la escucha, analiza el discurso de cada niño, lo respeta, para darle una respuesta y ayudarlo a evolucionar ¿cómo? De forma indirecta, modificando el espacio… No lo hace de forma dirigida ni diciéndole lo que tiene que hacer, sino poniendo al alcance del niño lo que necesita para seguir evolucionando, pero es el niño el que decide si tomarlo o no.

Por lo tanto, a través del movimiento y del juego libre, el niño accede a la comunicación, más tarde a la creación y finalmente a la formación del pensamiento operatorio.

Escrito por Laura Estremera

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